martes, 25 de mayo de 2010

1810 - 2010 Bicentenario de la Patria‎




El 25 de mayo de 1810, la presión popular desbarató el propósito del Cabildo de sostener al ex virrey Cisneros.No hubo más remedio que aceptar el gobierno patrio.
El viernes 25 de mayo de 1810 amaneció nublado y con intermitente llovizna. Empezó desde temprano a congregarse gente en la Plaza Mayor de Buenos Aires, bajo los arcos del Cabildo. En el interior del caserón de dos plantas, los cabildantes madrugadores trataban un grave problema. La Junta, cuya composición habían amañado para hacer presidente al depuesto virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros, había renunciado íntegra -salvo el presidente- la noche antes.

Decidieron ponerse firmes. Mandaron a la Junta un oficio. Rechazaban la renuncia y le decían que si "alguna parte del pueblo" se les oponía, debían usar la fuerza para hacerse respetar.
Durante ese trámite, la gente empezó a entrar al edificio. Los más exaltados advirtieron a los cabildantes que el pueblo estaba "disgustado y en conmoción". Se negaban a que Cisneros presidiese nada. Haber formado así la Junta excedía las facultades que confirieron al Cabildo el 22 de mayo. Los regidores se limitaron a pedir calma, y prometieron reconsiderar las cosas.

Citaron a los comandantes militares, para saber si podían contar con ellos como sostén de la impugnada Junta. Para consternación de los cabildantes, la respuesta de la mayoría de los jefes fue negativa. Adujeron que "el disgusto era general en el pueblo y en las tropas", y que era visible una "terrible fermentación". En eso estaban cuando retumbaron golpes en la puerta. El público había vuelto a colarse y quería "saber de qué se trataba". El coronel Martín Rodríguez tuvo que salir a serenarlos.

Al terminar la reunión, quedó claro para el Cabildo que era imposible mantener por más tiempo a Cisneros. Dos regidores se encaminaron al Fuerte para decirle que era preciso renunciar. De muy mala gana, Cisneros aceptó. Ni bien vueltos al Cabildo, otra oleada de público ingresó al edificio.

Según los documentos, "algunos individuos del pueblo" expresaron, de viva voz, que "había el pueblo reasumido la autoridad que depositó en el Cabildo, y no quería que existiese la Junta nombrada, y que se procediera a constituir otra". Daban los nombres concretos de sus integrantes: Cornelio Saavedra, presidente; Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Miguel de Azcuénaga, el párroco Manuel Alberti; Domingo Matheu y Juan Larrea, españoles ambos, vocales; Mariano Moreno y Juan José Paso, secretarios.

El Cabildo quiso demorar las cosas y pidió que a todo ese planteo lo registraran por escrito. Los vecinos entonces comenzaron a reunir las firmas. El documento a suscribir empezaba así: "Los vecinos, comandantes y oficiales de los cuerpos voluntarios de esta capital de Buenos Aires que abajo firmamos por nosotros y a nombre del pueblo". Quedaba nítido el origen popular del petitorio.

Juntar las firmas demoró un largo rato. La gente empezó a irse a sus casas. Cuando recibió el documento con las rúbricas, el Cabildo intentó una última maniobra de dilación. Dijo que todo debía ratificarse de viva voz, y los cabildantes salieron al balcón. Ya había muy poca gente en la plaza. Con ironía, el síndico Leiva preguntó dónde estaba el pueblo.

Se empezaron a oír voces desde la calle. Airadamente dijeron, expresa el acta, que "si hasta entonces se había procedido con prudencia", era ya preciso "echar mano de los medios de violencia"; que la gente se había ido por ser hora inoportuna. Pero que bastaba tocar la campana del Cabildo para que se congregase de nuevo. Y que si no lo hacían por falta de badajo, mandaran "a tocar generala y que se abrieran los cuarteles".

El Cabildo advirtió que ya no tenía salida. Ordenó instalar la Junta propuesta por el pueblo, "sin pérdida de instantes". Sus miembros prestaron solemne juramente, encabezados por el presidente Cornelio Saavedra. "Un inmenso concurso de gente con repique de campanas y salva de artillería" rodeó el paso de la Junta hacia el Fuerte. De inmediato, comenzó a llover torrencialmente.

Así, sin que corriera sangre, acababa de consumarse la trascendental Revolución de Mayo. Nunca más volverían los españoles al gobierno. La futura República Argentina iniciaba la marcha -que sería larga y bien dura- rumbo a sus destinos.

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